La violinista multada
Jesús Civera
Durante seis días del mes de febrero y uno del mes de junio, una violinista se dispuso a interpretar a los clásicos en la calle Colón de Valencia. La osadía le ha costado una multa de 700 euros. La mujer no era una cleptócrata napolitana, ni rugía con su moto de escape libre por las céntricas calles de Valencia a horas intempestivas.
Ni perturbaba la paz del alba con su coche-discoteca lanzando decibelios como quien lanza pasquines contra el poder establecido. No robaba, no atacaba la proviedad privada, no alteraba la circulación, no segaba los oidos con un atronador estrépito.
Simplemente, extraía notas musicales de un violín, como si se hallara en una calle de Praga o de Viena: de una ciudad culta y occidental. La policía le aplicó la ley del Ruido, sin embargo. Mejor y más finamente: la ordenanza municipal de protección contra la contaminación ambiental de 2008.
Alejados de la severa racionalidad -la razón es flexible-que ha de presidir la aplicación de las normas, uno piensa si el ayuntamiento no habrá contratado a un puñado de figurantes vestidos de policías que van de un sitio a otro con la convicción de que no han de responder de sus actos. O que han de responder sólo ante su tribu de cómicos.
Aturde manifestar la arbitrariedad con que se fija el orden en las calles de Valencia cuando a diario retumban castillos de fuegos en el silencio de la noche -es un decir-, más allá de la hora de las brujas, con el beneplácito de la autoridad competente.
La inventiva del ayuntamiento para argumentar coartadas según las variables de la contaminación ambiental es inexcrutable. Autoriza obras entre las sombras nocturnas como si el sol de mediodía enfilara el Miguelete. Transige con los cohetes y las orgías de polvora intempestivas porque forman parte del universo de la patria, y la patria es intocable. Y aplica mano dura a una dócil violinista en una calle comercial.
¿No nos habíamos adaptado al tópico según el cual vivíamos vencidos no sólo por la luz y el amor sino también por la plenitud de la música? ¿Quién es el botarate en este caso? ¿La violinista o el policía que aplica la ley del Ruido ante unas notas musicales? ¿Era un violín o un trombón y el guardia beocio apenas reconoce los instrumentos? ¿Llevaba el violín amplificación y, por tanto, resultaba inadmisible el estrépito cuando acariciaba a Bach o a Mendelssohn? Y por último, ¿quién es la mujer que tocaba el violín? ¿Cómo sucedió el episodio inaudito?
El ayuntamiento nos tiene en ascuas. La anónima violinista, más aún. ¿Pensó que se hallaba en una ciudad ilustrada, europea, culta, donde esa práctica callejera se tolera con respeto y emoción?
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